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Conoce a las curadoras

CONOCE A LAS CURADORAS: CHRISTINA CHIROUZE

Es una curadora independiente y crítica del arte que está interesada en realizar un puente transatlántico entre sus dos culturas: francesa y guatemalteca. Además, busca que su trabajo esté atravesado por un enfoque holístico de la exposición en donde intervengan todos sus sentidos. Actualmente, está buscando ampliar su formato expositivo en otras experiencias, puesto que cree en la interculturalidad, la porosidad entre disciplinas y la fluidez de las narraciones.

Desde 2008 ha realizado, como gestora cultural, alrededor de sesenta exposiciones en La Caféothèque, un centro cultural que busca resaltar la cultura de los espacios cafeteros: América Latina, África y Asia. Asimismo, ha escrito diversos textos sobre eventos culturales, artísticos y sociales que se han publicado en diferentes medios como Artishock, Nómada y Sciences de l’Homme et de la Société. En el 2016 creó la asociación AcÁ París, en donde ha realizado diferentes eventos transdisciplinarios culturales, todo esto con la intención de hacer una promoción cultural de Centroamérica en Francia. También es miembro de la asociación de curadores (CEA), en donde ha sido promotora de la cultura centroamericana.

Dentro de sus últimas curadurías se puede mencionar Café Abstracto (2015); All’Estero (2018); Punto. Expansión (2018); Drinking coffee with my masters (2018); Exposición monográfica (2019); Intervención y exposición (2019); Blanco & Fuego (2019); Lisières (2019); Mimesis (2019); Un café, un visage (2019) y Entre la fleur et l’écorce les temps de la forêt (2020).

A continuación te compartimos una entrevista en la cual profundizamos que ha significado la curaduría y ser curadora en Guatemala para ella.

Para ti, ¿qué es la curaduría?

Para mí, la curaduría es ante todo una aventura humana. Trabajar con arte, con artistas, es trabajar con materia viva, sensible, con sentimientos y sensaciones, con historias propias y colectivas, con la más íntima expresión de la humanidad.

Curaduría viene de «curare» en latín, que significa «cuidar». Donde yo vivo, en Francia, todavía se usa el término «comisario de exposición», pero la connotación de esa palabra me suena muy formal, muy técnica, casi policial. Curador, curadora, por su consonancia con curandero, curandera, me parece un término más ajustado. Me gusta pensar en mi gremio como uno de brujas y brujos, mediums entre el «más allá» de lo simbólico; y el espacio-tiempo del público.

Además, el arte para mí es un remedio para nuestra sociedad. Hace unos años escribí una tesis (que fue publicada en Francia) sobre cómo el arte puede ayudar a sanar heridas, y tratar traumas colectivos: mi ejemplo central fue el conflicto armado en Guatemala, pero también es aplicable a la Shoah en Europa, Hiroshima en Japón, etc. Es apasionante, a la vez muy difícil de cuantificar y muy real: el arte terapia es la mejor ilustración. Un acercamiento subjetivo, sensorial, creativo, personal de un fenómeno social doloroso permite una catarsis, no sólo del artista sino también del público. Hace poco tuve la oportunidad de experimentar nuevamente esto en Panamá: dos exposiciones (una en el MAC, la otra en el Centro Cultural Internacional) trataron el tema traumático y controversial de la intervención estadounidense del 20 de diciembre de 1989. Muchos espectadores se echaron a llorar ante las obras. Lo interesante fue que se trataba tanto de gente que vivió sin verbalizar; como de jóvenes que se entristecían por no conocer la historia de su pueblo. Esas exposiciones son siempre experiencias fundacionales para una sociedad.

Por supuesto, y por suerte, no todas las exposiciones tratan temas sociales, históricos o políticos. Pero yo sí creo que todas, incluso las de arte abstracto, tienen una componente política, en el sentido etimológico de la palabra: el arte de la ciudadanía. Es el poder del arte. Los curadores / las curadoras estamos aquí para dar a luz esas experiencias sociales – casi mágicas.

¿Qué representa para ti ser curadora/artista/gestora cultural?

Ser curadora implica una entrega total: adentrarse en un universo desde el momento en que nace el concepto de la exposición hasta su realización en un espacio y un tiempo dados. Es definir la línea narrativa de la exposición, observar y analizar el universo del/de la/de los artista(s). Es federar las obras, hacerlas dialogar. Es crear la experiencia del público, por el transcurso, por la escenografía, por el discurso.

Para mí, el momento clave y más gozoso es la visita al taller del/de la artista. Allí, no sólo me interesan las obras, porque en realidad todo el universo que las rodea representa a la persona que les dio vida: 

¿es un espacio pequeño o es amplio? ¿es desordenado o al contrario, meticulosamente organizado? ¿Hay muchos materiales o sólo un lápiz? ¿Las obras son de gran formato o pequeñas? ¿Hay música o reina un silencio monacal? ¿Algún animal de compañía, niños cerca, o la soledad de la máxima concentración? ¿tiene objetos extraños que delatan algún fetichismo leve? ¿Hay luz natural? ¿hay plantas? ¿Hay obras de otros artistas? etc.

La visita al taller es, para mi, un momento sagrado. Por eso nunca preveo nada para después en mi agenda, me dejó la posibilidad de que dure horas. A partir de allí, nace otro nivel de confianza entre el/la artista y la curadora; a partir de allí se puede empezar a trabajar juntos en un proyecto común, que será la obra de ambas partes.

¿Cuáles son tus referentes de curadoras?

¡Hay muchísimas! Pero empezando por algunas referencias que marcaron el siglo XX en Guatemala: Margarita Azurdia, que hizo de su vida una obra de arte; Lissie Habie con su ojo experimentador, y su forma mágica de asimilar su enfermedad a través de la creación; Nan Cuz, maravillosa mente creativa inspirada de sus fisuras y su búsqueda identitaria… Para mi son todas magas, brujas, referencias, las tengo en un altar.

Algunas otras, contemporáneas: Lourdes de la Riva, la «agente de las polillas», me parece genial. Sandra Monterroso y sus tótems de tela típica, su retorno a sus raíces, me parece un trabajo sensible y reflexivo, que también refleja un fenómeno social. Marilyn Boror, especialmente su serie que yo llamo «topográfica»: retratos monocromáticos de blanco sobre blanco sobre la gente invisibilizada por nuestra sociedad. Cómo no mencionar a Regina José Galindo, grandísima artista del performance, que siempre mete el dedo en la llaga y marca mentes. La última performance que vi de ella en vivo fue en la Casa Ibargüen: vestía, en silencio, el vestido que una mujer llevaba puesto el día en que fue asesinada. Ese mismo día, si mis recuerdos no están mal, fue el famoso 8 de marzo en que se quemaron las niñas del mal llamado «Hogar Seguro». Todavía tengo escalofríos al pensar en eso.

A nivel Centroamericano, me vienen algunos nombres como la nicaragüense Patricia Belli, que admiro mucho por su trabajo sobre el cuerpo femenino, los estándares de belleza, etc. La costarricense Priscilla Monge es una maestra también: su discurso sobre la violencia sutil y socialmente aceptada en los ámbitos de lo íntimo me parece esencial en la época que vivimos. Otra Priscila de Costa Rica (esta vez con una sola l) es P. González: descubrí su obra en la 9ª Bienal de Artes Visuales Centroamericanos (en zona 4, Guatemala) donde presentó en un «comedor» su papel picado erótico, provocativo, humorístico: otra forma de tratar la feminidad, con más ligereza. Donna Conlon, que reside en Panamá, ha hecho obras de vídeo y fotografía que son, a mi parecer, esenciales para nuestra región. El duo con Jonathan Harker ha sido fértil.

Y volviendo a Guatemala, una mujer pilar, a la vez gran fotógrafa, artista plástica, gestora cultural, curadora, pensadora, docente, federadora, maga: Clara de Tezanos. Creo que Guatemala le debe muchísimo.

Así, algunas curadoras que son mi referencia, en Guatemala: por supuesto, Rosina Cazali, que abrió brecha en muchos aspectos. La primera exposición que le conocí fue «Horror Vacui» en el Centro Cultural de España en Guatemala. Fue el primer gran evento de performance en un espacio institucional, sobre un tema fuertísimo, que si bien es compartido por todas las sociedades latinoamericanas, fue vivido con mucho sufrimiento en Guatemala. Rosina es una mujer valiente que admiro mucho.

Alma Ruiz, desde Los Ángeles, es una figura central para el arte de Guatemala, pues nos visibiliza como país de arte, en otras esferas.

Pero mi gran heroína es Virginia Pérez-Ratton: esa costarricense fue la primera que creyó en Centroamérica como región. En un momento histórico crucial de las firmas de las paces, impulsado en gran parte por el presidente Oscar Arias, Virginia fue la que unió la región a nivel artístico. Sus exposiciones Mesótica I y II fueron hitos en la historia del arte de la región.

¿Te gustaría darnos alguna frase que creas importante que todas las mujeres en el arte guatemalteco / centroamericano debemos tener presente?

Centroamérica es una tierra de sabidurías ancestrales, de fuerzas telúricas. Así como los volcanes que habitan nuestra geografía, las centroamericanas sacamos nuestra fortaleza de nuestro centro, nuestro arte es visceral. Las mujeres centroamericanas somos seres de luz, luchadoras, poderosas. Hermanémosnos. Conozcámosnos. Expresémosnos.

No creo que debamos crear una separación para con los hombres. Simplemente mirarlos a los ojos. Callar sólo el silencio heredado. Alzar nuestras voces. Danzar con la vida.

Puedes ver más sobre su trabajo como curadora y sus textos en su página web.

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CONOCE A LAS CURADORAS: LUISA GONZALEZ-REICHE

Es una historiadora del arte y educadora que se enfoca en la relación entre la epistemología, el arte y el aprendizaje. También ha sido catedrática universitaria de filosofía, teoría del arte y metodología de la investigación, y ha impartido cursos libros sobre cultura y arte. Dentro de sus publicaciones se encuentran dos guías pedagógicas sobre la integración del arte en el aula para el desarrollo del pensamiento. Estudió arte y diseño en Art Institute de Philadelphia y un BA en historia del arte. Es licenciada en Psicopedagogía y educación y tiene un posgrado en Neurociencia de la Educación. Además, cuenta con estudios de maestrías en historia, filosofía y neurociencia educativa. Por otro lado, se especializó en el abordaje constructivista de la educación en el Project Zero, centro de investigación de la Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad Harvard.

Desde 2009 ha escrito una diversidad de ensayos sobre temas de educación, análisis cultura, historia y política en diversos medios como Revista RARA, Magazín 21 y Universidad de San Carlos. Asimismo, fue columnista de arte y cultura en Contrapoder (2013 y 2015); actualmente sus escritos se encuentran en Plaza Pública (desde el 2018) y Agencia Ocote. Se ha dedicado al desarrollo de metodologías de enseñanza, diseño curricular y capacitación docente y profesional en instituciones y privadas. Dentro de sus proyectos personales y colectivos destacan Herística, un centro de consultoría educativa en donde es fundadora y directora; Revista RARA (2010), una revista de arte y arquitectura como confundadora y editora, y Proyecto La Pila, un espacio de experiencias de aprendizajes, encuentros y producción de proyectos artísticos como cofundadora y directora.

Fue responsable de visionados de portafolios, ya sea como el festival FotoRio (Brasil), y ha participado en la curaduría de diversas muestras y proyectos artísticos. Por otro lado, ha diseñado programas de mediación artística y visitas guiadas para centros culturales y museos locales y en el extranjero, y participa de revisión ciega a nivel académico y en publicaciones artísticas internacionales. Por último, es una artista visual que ha explorado la acuarela, el óleo y el acrílico, el textil, corte y confección, la fotografía y el video. Actualmente su trabajo se ha centrado en una reflexión sobre la imagen a través de la post-imagen y la post-fotografía. Dentro de su experiencia laboral se puede mencionar que ha sido artística en cortometrajes y productora en varios videoclips. También, ha expuesto en muestras colectivas en Guatemala, y realizó una muestra personal en Florencia, Italia.

Puedes conocer más de su obra como artista en sus diferentes perfiles de Instagram: Collage y Carne del mundo.

A continuación te compartimos una entrevista en la cual profundizamos que ha significado la curaduría y ser curadora en Guatemala para ella.

Para ti, ¿qué es la curaduría?

La curaduría surge como parte del sistema hegemónico del arte llamado posmoderno o «contemporáneo», que establece figuras consideradas expertas para la selección, gestión y promoción de obras de arte en el mercado (desde museos o galerías). Generalmente, los curadores establecen criterios (actualmente tanto discursivos como estéticos) para el mercado del arte (porque la manera en que el arte circula hoy es una propia del mercado) a los cuales los artistas interesados en formar parte del mainstream deben regirse.

También sucede en algunos casos que los curadores imponen un discurso a la práctica artística en función de su integración a ese sistema del arte. Así, el curador se convierte en quien «habla» por las obras y los artistas resultan instrumentalizados. Esto sucede incluso con el uso de conceptos decoloniales o propios de prácticas disruptivas cuando son utilizados dentro de los esquemas tradicionales del arte «contemporáneo».

Otra manera de ver el papel del curador o curadora es considerarlos como editores cuyo trabajo es acompañar el proceso de diversos artistas y generar diálogos que puedan dar lugar a planteamientos interesantes o incluso transformadores para la sociedad. Sin embargo, siendo una figura que surge al centro de la institución del arte (donde la palabra institución ya tiene implicaciones delicadas), no deja de ser controversial cuando se trata de buscar formas-otras de hacer y pensar el arte.

Esto es así pues la institución –el sistema de galerías, museos y festivales– y su noción de «arte contemporáneo» se caracteriza por prácticas extractivistas y la exclusión de diversas expresiones o prácticas creativas (pues desde una perspectiva curatorial tiende a entenderse únicamente desde las convenciones sociales de lenguaje y representación). Los museos y galerías, por ejemplo, están organizados alrededor de objetos de modo tal que se privilegian las construcciones sociales, ideológicas, históricas y culturales de dicho objeto. Se priman discursos e imaginarios a costa de otros (los que no llegan a estar en esos museos o galerías). La práctica museística es de por sí algo al centro de una visión dominante, aún cuando adopta posturas «críticas». Tampoco podemos negar que detrás de ese sistema hay un mercado poderoso que a la larga determina discursos, relaciones y jerarquías, siempre desde una visión individualista.

¿Qué representa para ti ser curadora/artista/gestora cultural?

Nunca he trabajado como curadora pero sí coordiné algunas exposiciones hace varios años. En esos casos me interesó propiciar diálogos con y entre artistas, no sin haber enfrentado retos o limitaciones propias del espacio expositivo e intereses institucionales.

Me parece que tanto la práctica de la curaduría y la gestión pueden propiciar la integración de nuevos actores y dimensiones a lo que conocemos como el mundo del arte. Esto implicaría nuevos métodos de exhibición y documentación que le hagan justicia a las agencias múltiples e independientes que conforman la práctica artística, incluso más allá de la visión antropocéntrica. Por supuesto que ya existen algunas prácticas y búsquedas interesantes en esta línea si bien no lo he visto en el ámbito local.

Me interesa explorar los procesos y abrirme de manera más directa a intercambios y experiencias colectivas del hacer/pensar/sentir/afectar con el arte. Es un proceso de indagación/investigación permanente que rehoye de la idea de la linealidad y del resultado. Esta práctica se combina de manera directa con mi práctica pedagógica y conforma ensamblajes que, me parece, abren posibilidades interesantes y enriquecedoras.

¿Cuáles son tus referentes de curadoras?

Mi visión y mi práctica son interdisciplinares por lo que encuentro inspiración en una amplia variedad de ideas y ejercicios del sentir/pensar. Más que pensar en «referentes», que es de por sí una categoría patriarcal, me gusta pensar en provocaciones, conversaciones e intercambios enriquecedores. En ese sentido, me provocan mucho las prácticas del tejido, las exploraciones antropológicas y arqueológicas ejercidas por mujeres que escapan a la visión dominante, la literatura de mujeres que escriben desde los «márgenes», el periodismo que se hace desde el cuerpo y su vulnerabilidad y las pedagogías críticas guiadas desde la colectividad.

¿Te gustaría darnos alguna frase que creas importante que todas las mujeres en el arte guatemalteco / centroamericano debemos tener presente?

Habría que volver a «habitar» el cuerpo y el proceso, abrirse a la colectividad –una que contemple prácticas más allá de lo humano– y documentar esos intercambios como quien colecciona gestos, palabras y silencios por medio de cualquier recurso o lenguaje disponible. Es decir, re-aprender de nuestras abuelas y de sus abuelas, antes de ellas.

Puedes conocer más sobre su trabajo y sus textos en su blog.

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CONOCE A LAS CURADORAS: CLARA DE TEZANOS

Es una artista, gestora, docente, fotógrafa y curadora. A temprana edad, realizó estudios de fotografía en París, Francia; donde también trabajó como asistente plateau de las revistas Marie Claire y Cosmopolitan. Su obra ha sido expuesta en exposiciones colectivas e individuales en el país e internacionalmente.

Es cofundadora de diferentes proyectos culturales, tales como el Centro de Fotografía, La Fototeca; el Festival Internacional GuatePhoto, el espacio de experimentación, Fototropía y la galería Espacio Satélite; en donde ha trabajado como directora y curadora en jefe. Asimismo, ha publicado dos libros: Piedra-Padre, Universo y Por Maniobras de un Terceto.

A continuación te compartimos una entrevista en la cual profundizamos que ha significado la curaduría y ser curadora en Guatemala para ella.

Para ti, ¿qué es la curaduría?

La curaduría es el acto de seleccionar y configurar con un ojo educado cualquier tema con la intención de poder integrar una narrativa detrás de un trabajo individual o de un colectivo. Claro, es un sesgo, una mirada, una investigación, una categorización, una manera de poder articular temas profundos de distintas formas, a través de distintas voces.

¿Qué representa para ti ser curadora/artista/gestora cultural?

Por accidente desde el comienzo de mi carrera me encontré curando exposiciones de manera intuitiva, sobre todo en proyectos como el Festival GuatePhoto, Galería Fototropía, Espacio Satélite, como también la dirección editorial publicando libros. En estos 10 años quizás hayamos montado un centenar de exposiciones y esto ha sido gran escuela para mi de aprender a integrar, potencializar, articular, materializar ideas colectivas e indiviales, o como me gusta verlo, aprender a pulir la perla. Mi principal motivación es la de estar involucrada en  la creación en todo sentido – observarla, estimularla, promoverla, circularla y que este gesto le llegue a una audiencia para generar diálogos, impacto. Definitivamente mi oficio y proceso creativo se alimenta entre mis propias creaciones, la docencia, la curaduría y la gestión cultural – todo esto suma una investigación profunda de intereses propios. También lo veo como una práctica integral – la de ser artista y al mismo tiempo ofrecer la gestión cultural como un servicio, forjar camino, aportarle al acervo cultural y a la manifestacion de las ideas y reflexiones.

¿Cuáles son tus referentes de curadoras?

¿Te gustaría darnos alguna frase que creas importante que todas las mujeres en el arte guatemalteco / centroamericano debemos de tener presente?

Siempre he visto que la mujer como aquella que sostiene, nutre y contiene a la humanidad.

Puedes conocer más de la obra y curaduría de Clara de Tezanos en su página web

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CONOCE A LAS CURADORAS : ROSINA CAZALI

Es una curadora independiente, crítica de arte, columnista y conservadora de museos de Guatemala. Realizó estudios de arte en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Es fundadora del proyecto La Curandería (2000); cofundadora de Colloquia (1997) y del Festival Octubre Azul (2000), y directora del Centro Cultural de España en Guatemala (2003-2007). Asimismo, fue parte del equipo de curadoras de la XIX Bienal de Arte Paiz, junto a Cecilia Fajardo-Hill, Anabella Acevedo y Pablo José Ramírez.

En 2010 Cazali ganó la beca otorgada por la John Simon Guggenheim Memorial Foundation para investigar la producción artística en Guatemala y, en el 2011, fue invitada a curar Móvil (2011) de Regina José Galindo, una de las exposiciones centrales de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia Mexicana en el Museo de Arte Contemporáneo (MUAC). Además, coordinó el simposio El día que nos hicimos contemporáneos (2014) del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) San José, Costa Rica.

Ha participado como ponente en encuentros teóricos convocados por dOCUMENTA 12, celebrado en El Cairo, Egipto; Royal College of Art, Londres; Independent Curators International, New Museum of Art, Nueva York, entre otros. Por otro lado, en el 2014, fue reconocida con el Premio Príncipe Claus por su trabajo como curadora y escritora. Cabe mencionar que fue columnista del diario guatemalteco El Periódico y ensayista para el suplemento cultural El Acordeón.

Desde 2016, junto a Anabella Acevedo, conforma el Proyecto Laica, una plataforma transdisciplinaria dedicada a la investigación y gestión del arte contemporáneo de Guatemala. Más adelante, en 2017, ambas obtienen una beca de Investigación de la Fundación Júmex.

A continuación te compartimos una entrevista en la cual profundizamos que ha significado la curaduría y ser curadora en Guatemala para ella.

Para ti, ¿qué es la curaduría?

Hace treinta años, la curaduría comenzó para mi como un oficio que fue mutando. Posterior al modelo de la mera gestión de exposiciones pasó a ser un espacio donde las herramientas fundamentales fueron el acompañamiento y el diálogo in continuum.

Ese ejercicio me permitió observar y comprender lo que sustentaba las ideas y preocupaciones de los artistas y sus procesos de trabajo.

Hoy es difícil ejercer la curaduría en Guatemala, aun estamos a años de luz de su pleno reconocimiento como profesión. Sin embargo, en los últimos diez años, eso mismo me ha llevado a descubrirla y ejercerla como un territorio elástico, desde donde pensar, investigar y escribir sobre el arte, la cultura, nuestras historias, psicologías y contemporaneidad.

¿Qué representa para ti ser curadora/artista/gestora cultural?

Pensarme como ‘curadora’ (así, en femenino y desde el feminismo) es algo que me ha aportado y asegurado un espacio para seguir apuntalando mi opinión. Esto también asegura espacios para las curadoras y artistas que comienzan a ejercer y para las que vienen.

En esta sociedad marcada por la inequidad, no te puedes imaginar lo que fueron los inicios. Así que es muy emocionante sentirse eslabón de una cadena que comienza a mostrar frutos, en la articulación de las ideas, saberes, miradas, intenciones, voces y fuerzas de trabajo vinculados con el arte.

¿Cuáles son tus referentes de curadoras?

Cuando inicié en los 80, me tocó compartir la construcción de una plataforma que no existía en la región. En esa perspectiva centroamericanista, conté con el apoyo e interlocución de mujeres excepcionales como Virginia Pérez-Ratton, Adrien Samos, Mónica Kupfer, Juanita Bermúdez, América Mejía, Beatriz Alcaine y Janin Hasbun. Más adelante, confluyeron mujeres igualmente excepcionales como Anabella Acevedo, Tamara Díaz Bringas y Belia de Vico. Total, bien acompañada de grandes referentes de la región. Mejor… imposiblei

¿Te gustaría darnos alguna frase que creas importante que todas las mujeres en el arte guatemalteco / centroamericano debemos tener presente?

Como curadora, no repitás mecánicamente lo que han dicho curadores, historiadores, críticos o artistas hombres. Intentá rescatar lo que han dicho curadoras, historiadoras, críticas y artistas mujeres.

Puedes ver el decálogo completo haciendo click aquí

 

Puedes conocer más de la obra y pensamiento de Rosina Cazali por medio de sus columnas en medios y libros. También la puedes seguir en Instagram. 

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Revoltosas invitadas

Una línea de herencia por Francela Carrera

Cuando era una niña me encantaba ir a la casa de mi abuela paterna llamada Sara Lee, en San Cristóbal, ciudad de Guatemala. Después de jubilarse como maestra de primaria abrió una tienda de barrio adaptada en el garaje de su casa, vendía útiles escolares, juguetes, papelería, y materiales para bordar, para mi era como entrar al paraíso aunque mis pequeñas manos no alcanzaban a agarrar ningún material disponible, hasta que un día, mi abuela se me acerco y me dijo que podía escoger un objeto de toda la tienda, yo iba a escoger los marcadores de colores, cuando ella me vio, seriamente y me dijo:

«Piensa muy bien lo que vas a escoger, porque después no hay vuelta atrás».

Esa frase acompañada de seriedad me hizo repensar mi primera opción, a lo que dedique unos minutos a ver todos los materiales con mucha cautela, intentando seguir un raciocinio serio como lo intuía en la frase de mi abuela.

De repente vi una caja pequeña roja, la señalé y me abuela la agarro, abrí la caja y adentro tenia un set de agujas, algunos tubos de cartón con hilos de colores, una tijera, un enhebrado, un dedal plateado, y un alfiletero en forma de tomate. No tenia la mínima idea para que servía tanta cosa, pero sentí una fuerte atracción. Sin saberlo, había escogido mi primer kit de bordado y mi abuela muy sorprendida me dijo, ahora te voy a enseñar a bordar, a lo que se sentó frente a mí, enebro la aguja y en un retazo de tela cuadriculada me enseño mi primer punto, el punto cruz. Con mis pequeños dedos en pocos minutos ya estaba bordando una filera completa. Mi abuela al ver mi habilidad me dio un guía de punto cruz con la figura de un castillo que al pasar las semanas logre terminar, el primero de muchos bordados. En el 2004 mi abuela falleció de un accidente de carro y con ella mis ganas de bordad se acabaron. Hasta que en el 2015 después de haberme mudado de país encontré a un grupo de chicas que se reunían una vez a la semana a bordar, me anoté a mi primera clase, al bordar de nuevo tenia la sensación que podía despertar los recuerdos de esas primeras puntadas al lado de mi abuela Sara.

«Con un hilo, aguja y tela podemos recordar, podemos unir y podemos crear».

Entrelazamos memorias vivas y regresamos a nuestras ancestras, a lo que procure acercarme a mi abuela materna, otra hábil bordadora, con la cual habíamos tenido muchas diferencias en mi adolescencia. Mi abuela Alicia me vio con curiosidad, cuando le pedí que me enseñara algunos puntos para bordar. De nuevo, recibí una aguja, un hilo y una tela, sentada frente a mí comenzó a mostrarme algunas puntadas que requerían un poco más de habilidad, con mucha paciencia me corregía y observaba silenciosamente. Pregunte, ¿y tú, como aprendiste a bordar?, no sabia que su respuesta iba a ser una conversación de horas que nunca habíamos tenido, me contó sobre su casamiento con mi abuelo a sus cortos 13 años, la dificultad que pasaron al criar 7 hijos, la destrucción de su casa y la mayoría de las construcciones en el terremoto del 4 de febrero de 1976, las traiciones de mi abuelo y su problema con la bebida alcohólica. Después de tantos años entendí el porque de su semblante serio, su forma estricta de enseñar y su forma de ser, pero comencé a descubrir una señora sumamente sabia, dulce, sincera y cariñosa.

«A través del bordado estaba aprendiendo una de las lecciones más importantes de mi vida, el de aprender a escuchar para entender situaciones que son completamente desconocidas y nos llevan a juzgar precipitadamente a las personas, incluso a nuestros seres queridos».

A través del bordado estaba aprendiendo una de las lecciones más importantes de mi vida, el de aprender a escuchar para entender situaciones que son completamente desconocidas y nos llevan a juzgar precipitadamente a las personas, incluso a nuestros seres queridos. Su dura experiencia de vida formo el carácter serio de mi abuela materna, que a pesar de todo seguía siendo paciente, dulce y bastante guerrera. Mi relación con mi abuela Alicia “Mamita Alicia” es otra desde que me acerque a ella, la quiero, la respeto y la honro, ella es de mis mayores ejemplos a seguir, y espero seguir aprendiendo de sus anécdotas como de sus diversas habilidades manuales. Ver toda su producción artística de bordados realizados con mucha delicadeza y paciencia me llenan de inspiración, verla escoger los colores de los hilos, las diferentes telas, calcar un diseño y empezarlo a bordar con la agilidad que la experiencia le ha dado me hace valorar todas sus piezas bordadas como las de todas las bordadoras que me he cruzado a lo largo de estos años, desde que me inicie en esta arte.

«Bordar para mí es la técnica más preciosa que he aprendido, cuando lo practico sola me transporta a un estado de meditación, de autoconocimiento, consigo entrar a todos los rincones de mi subconsciente, me calma y me llena, es un tiempo solo para mí».

Ahora bordar acompañada, ser parte de un círculo de bordadoras me ha enseñado a que la amistad no tiene edad, he aprendido a escuchar y me he sentido escuchada, he reído y llorado al lado de personas con las cuales lo único que hemos compartido él es gusto de bordar.


¿Como puede una técnica como el bordado ser tan desvalorizada, nombrada como un arte menor, tachada de anticuada y vista solo con una finalidad utilitaria? Lo que comenzó en el siglo XVIII como parte de la educación femenina, históricamente ha sido una actividad que abrió las puertas a un sin fin de encuentros entre mujeres, donde podían compartir sus conocimientos en diferentes ámbitos. Algunas de esas reuniones empezaban con puntadas y terminaban en un sufragio, o una revolución. Porque al unir voces se unían fuerzas. El bordado puede ser una chispa para una gran explosión.

No es una casualidad que la artista Judy Chicago utilizara el bordado para realizar una de las obras más importantes dentro del feminismo en la historia del arte, la instalación Dinner Party 1974-1979 (obra permanente en el Brooklyn Museum), considerada la primera obra feminista en la cual la artista crea una mesa triangular con 39 lugares y el nombre de 998 mujeres que han sido importantes en la construcción de la historia de la humanidad, como lo fueron Virginia Woolf, Georgia O’Keeffe, entre otras. Sus nombres fueron bordados a mano por un equipo de mujeres que confeccionaron un gran mantel que se complementa con platos, copas y cubiertos, que evocan a una mesa lista para recibir en una cena todas las mujeres ilustres mencionadas. A lo cual para mí el bordado como método o técnica artística es hablar y practicar una revolución diaria en nombre de nuestras ancestras, en nombre de las que estamos ahora y por las que vienen.

«Porque la revolución, somos nosotras».

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Bienvenidos a Blog La Revuelta 2020

Buscamos recontar nuestros nombres, nuestras historias, bajo nuestros propios términos, obras que hablen de insurrecciones individuales y colectivas. Mujeres artistas centroamericanas que presentan diversas plataformas, colectivos, organizaciones civiles, organizaciones no gubernamentales, estudiantes, revolucionarias, intransigentes, feministas, mujeres o personas no binarias y todos aquellos  que busquen resistirse al arte tradicional. 

 

Para aplicar debes enviar un PDF que contenga lo siguiente:

  • Explicación o statement de la pieza, proyecto o acción producida. 
  • Ficha técnica de la pieza, proyecto o acción producida. La obra no debe ser de menor resolución que 1920 * 1080 px.
  • 500 palabras o menos que expliquen por qué quieren participar en Recontarnos.  
  • Fecha en que realizó la propuesta. 
  • Temática y documentación de no más de 5 fotografías. 
  • Hoja de vida o portafolio del artista o colectivo. 

 

Dicho contenido debe hacerse llegar al correo:  larevuelta.arte@gmail.com 

Fecha límite de convocatoria: 30 de septiembre